jueves, 20 de mayo de 2010

La cultura sexista: propulsora de la violencia de género.

Durante las últimas décadas la violencia ha tenido un papel protagónico en todo el planeta, desde una forma tan clara y evidente como la guerra, hasta las más sutiles como el lenguaje que, con su fuerza simbólica, condena, discrimina o de plano invisibiliza, pasando por torturas, asesinatos y delitos de muy variada índole. Esto no significa que la violencia sea un fenómeno nuevo, propio del mundo contemporáneo; tampoco puede afirmarse que se haya incrementado en años recientes. Cada sociedad registra diversas formas de violencia, y como se define y sanciona ésta cambia también según tiempo y lugar. En la Modernidad, mientras el héroe cultural masculino simboliza la racionalidad humana y el esfuerzo transformador de la naturaleza, para las mujeres se reservó la expresión de una metáfora acerca del mundo natural sometido. Las representaciones del Medioevo no fueron menos sexistas que las modernas, considerar a las mujeres como guerreros castigados por su cobardía que debieron reencarnar bajo esa forma denigrante, tal como ocurrió en la antigüedad o como siervas del diablo (considerándolo brujería), no es más halagador que la imagen, al menos seductora, de la “hembra natural”.
Actualmente la violencia es el primer problema social y político de Colombia y el principal problema de salud pública, afecta a todas las dimensiones de la vida nacional e involucra a todos los grupos sociales, tanto, que en el Foro Nacional (el sector salud frente a la violencia en Colombia, Bogotá noviembre de 1997) se afirmó que en el país existe una “cultura de violencia” cuya cuna es la violencia intrafamiliar. La violencia contra la mujer, sustentada en el mito de la inferioridad del sexo femenino, ha formado parte de la vida social y doméstica y de las relaciones entre hombres y mujeres desde tiempo inmemorial, llegando a hacernos creer que este modo de comportamiento es natural. La ciudad de Cali, no es ajena a esta situación, pues a diario se registran casos en los que las mujeres, debido a su inferioridad respecto al hombre resultan agredidas de diversas formas. Según la encuesta realizada por María Cristina Ortiz, investigadora de CISALVA en Cali, el 47% de mujeres encuestadas han recibido alguna forma de maltrato. De ahí que en la ciudad de Cali sea necesario implementar medidas preventivas que disminuyan la violencia de género, ya que la sociedad por iniciativa propia no va a cambiar su mente “machista”.

Las relaciones de dominación se ocultan en un discurso de naturalización. Así la violencia contra las mujeres no se percibe ni se define como tal porque se considera algo natural, en la medida en que están cosificadas. “A partir del hecho biológico de las diferencias sexuales en cuerpos sexuados: macho y hembra, esta diferenciación se convierte en la mayor excusa biohistórica de virilización de la cultura para dividir a los seres humanos en dos clases sexuales bien diferenciadas: varón y mujer; escindidos en dos géneros socialmente construidos: masculino-femenino; y establecer, en coherencia con el orden del discurso social dominante, profundas desigualdades e injusticias sociales entre los hombres y las mujeres, cuyo devenir sociocultural delata una historia de relaciones de dominación a la que subyace el poder “ (Cabral, 1997).
En un análisis de los mecanismos de división de polaridades, podría pensarse que el hombre coloca fuera de si lo que decide no ser; esa parte mala, denigrada de sí mismo se ubica en la feminidad; una vez ahí no la destruye sino que la somete, en un intento de controlar y subyugar, más que eliminar. El hombre que viola, golpea, insulta asedia o agrede de cualquier otra manera a una mujer, lo hace porque no la considera un ser con quien pueda relacionarse de igual a igual. Esto se debe en gran medida a la asociación de las mujeres con la naturaleza (en oposición a la cultura) lo cual ha implicado, entre otras cosas, la negación de su capacidad racional de su voluntad. Las mujeres han sido definidas a partir del cuerpo y la apariencia; por ello se les han asignado atributos tales como la docilidad, la obediencia, la sumisión la seducción. Etc., pero nunca el raciocinio. Este último aspecto apunta directamente al tema de la violencia. Cuando se da el proceso de cosificación, hay también una negación de la voluntad de las mujeres y consecuentemente una naturalización de la violencia. Si esta se define fundamentalmente como una transgresión a la voluntad (sea por imponer o para impedir una conducta) y las mujeres son construidas como seres sin voluntad, la violencia es imposible por definición. ¿Cómo puede transgredirse una voluntad inexistente?

La ideología de la supremacía masculina permea todas las manifestaciones de la violencia de género, que a su vez se asientan en un discurso de desigualdad y discriminación que penetra las estructuras sociales. “La equiparación de la masculinidad con el poder es un concepto que ha evolucionado a través de los siglos, y ha conformado y ha justificado a su vez la dominación de los hombres sobre las mujeres en la vida real y su mayor valoración sobre éstas.” (Kaufman, 1997:128). No se trata de acciones de un individuo aislado, sino de la colectividad que apoya y legitima ciertas formas de violencia. Si la violencia hecha sus raíces en un esquema de discriminación y de desigualdad, esto significa que quienes discriminan siempre se sienten superiores a los discriminados y además les hacen creer que son inferiores. Estas estructuras sociales se erigen sobre y sirven para perpetuar patrones de desigualdad entre hombres y mujeres que se cubren con un manto de inevitabilidad. La ideología de supremacía masculina se toma como algo inmutable y permanente, pero sobre todo natural. Hay algunas formas de violencia contra las mujeres socialmente aceptadas precisamente porque se consideran naturales. Por ejemplo en algunos países como Bangladesh, Camboya, India, México, Nigeria, Pakistán, Papúa Nueva Guinea, Tanzania y Zimbabwe, su cultura sostiene que el hombre tiene derecho a controlar el comportamiento de la esposa y que la mujer que disputa ese derecho puede ser castigada. Los estudios revelan que la violencia se considera por lo común una corrección física, o sea, el derecho del marido de "corregir" a la esposa que yerra. En otras palabras la violencia contra las mujeres (hostigamiento, violación sexual y maltrato) es un fenómeno estructural inherente a la hegemonía patriarcal. Es justamente el contexto social lo que permite a los hombres ejercer poder sobre las mujeres y los niños de una manera sexualizada. La violencia contra las mujeres tiene que analizarse en relación directa con las estructuras sociales que continuamente son producidas y reproducidas como normales.

Las relaciones de género son construcciones sociales compartidas por hombres y mujeres; ambos consideran algo normal que las personas en esa jerarquización patriarcal ocupan un nivel inferior sean perjudicadas, menospreciadas, insultadas y maltratadas. Esto ocurre porque dicho fenómeno encuentra sus raíces en la desigualdad entre los sexos, es decir, en cómo se construyen los modelos de masculinidad y feminidad y las relaciones sociales entre hombres y mujeres, que implican la subordinación de estas últimas. Para comprender el significado y alcances de las relaciones de poder entre sexos hay que considerar, en primer término, que niñas y niños, desde la socialización primaria, interiorizan modelos ideales de hombres y mujeres que, entre otras cosas, comprenden la aprehensión de pautas características o facilitadoras del ejercicio del poder por parte de los hombres y la aceptación y adecuación por parte de las mujeres. Se valoran positiva o negativamente situaciones concretas y se condicionan las motivaciones individuales a través de la internalización que se da por muchos mecanismos. Esta dinámica se aprecia con claridad en las relaciones de maltrato doméstico, donde las mujeres golpeadas llegan a justificar las conductas agresivas del hombre y además se sienten culpables. Esto se da debido a que por lo general la respuesta de estas al abuso suele verse limitada por las opciones a su alcance. Ellas citan constantemente razones parecidas para permanecer en relaciones abusivas: temor de represalias, preocupación por los hijos, dependencia económica, falta de apoyo de la familia y los amigos, y la constante esperanza de que "él cambie".En los países en desarrollo las mujeres citan lo inaceptable que es ser soltera o no casada como obstáculo adicional que las mantiene en matrimonios destructivos.
Las culturas cambian, y lo hacen porque son construcciones de la sociedad, y todo lo que esta construye se puede reconstruir e incluso destruir por decisión propia. Para acabar con la cultura sexista basta con desear hacerlo para tener la voluntad de cambiar. Pero, el problema radica en que llevamos muchos años desde que la violencia apareció en nuestra sociedad, tratando de que encontremos dicha voluntad por nosotros mismos, y nos hemos quedado en eso, en una búsqueda inútil de nunca acabar, convirtiéndonos en cómplices de muchas muertes de mujeres a causa de la violencia de género. Por esta razón Cali necesita iniciativas que ayuden a cambiar la postura de la sociedad respecto al tema.

La violencia de género es cada vez más frecuente, con una alta influencia en todos los estratos sociales, cobra múltiples expresiones infiltradas en el tejido social, invadiendo la vida pública y privada: el lenguaje, los actos, las relaciones, nuestras prácticas e, incluso, los aspectos más íntimos de la vida cotidiana, formando parte de la expresión agresiva de nuestras emociones tales como las reacciones de rabia, ira, frustración, ansiedad, miedo, conflictos y diversidad de acciones y complicaciones .Vemos como la violencia está inscrita y modelada en la cultura, internalizada en nuestras mentes y objetivada en prácticas sociales, con tan profundo impacto en la vida individual, interpersonal y colectiva, que se ha ido imponiendo como forma de cultura dominante. La cultura caleña no es ajena a esta dinámica pues a diario se conocen casos en los que la sociedad gracias a su mentalidad “machista” perpetuán este tipo de actos, que atentan contra la integridad física, moral y psicología las mujeres afectas. De ahí que en Cali se haga necesario implementar medidas preventivas que disminuyan esta problemática, ya que gracias a los factores anteriormente expuestos, la sociedad por iniciativa propia no va a cambiar su mente “machista”.



BIBLIOGRAFÍA:

GARCIA, CARMEN(1995); El Discurso Social de la Violencia de Género. En: Saber.Ula. Recuperado el 10 de mayo de 2010, en http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/16346/1/discurso-violencia.pdf

GARCIA, C.T. Y CABRAL B.E.: Violencia y construcción de la masculinidad y la
feminidad . En FERMENTUM, Año 8 Nº 23 (sept.-dic 1998) Mérida Venezuela.

IZAGUIRRE, Inés (1998): El poder en proceso. La violencia que no se ve, en
SADER, Emir (comp.): Democracia sin exclusiones ni excluidos. Caracas:
ALAS/Nueva Sociedad.

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